martes, 5 de febrero de 2008

INDIFERENCIA NACIONAL FRENTE A LA MUERTE DE NIÑOS POR CONSUMIR AGUA CONTAMINADA


Veinte mil niños mueren cada año en Colombia por afecciones relacionadas con la ingesta de agua de mala calidad. La afirmación fue hecha por el Procurador General de la Nación. Este dramático anuncio apenas sí fue objeto de reporte en los noticieros de televisión y sirvieron para una noticia marginal en la radio. Los periódicos más importantes del país la refundieron en sus páginas interiores.

Es tal la indiferencia ciudadana sobre lo que ocurre a su alrededor, que el anuncio del Procurador se convirtió simplemente en una cifra fría. Muy pocos se detuvieron a examinar las implicaciones sociales y ambientales de la muerte de 55 niños diariamente por tomar agua no apta para el consumo humano.

A los colombianos en general les importa muy poco que cada hora mueran 2,2 niños. Este no es un problema que sea considerado importante, como tampoco lo es que 714 municipios no suministren agua potable a sus habitantes.

Si Colombia representara una nación coherente y preocupada, exigiría que le contaran con toda claridad qué hicieron en los últimos seis años los gobiernos regionales y locales con $11.7 billones, que estuvieron dirigidos a asegurar la oferta de agua potable.

Como a nadie le importa nada, es fácil para funcionarios venales apropiarse los dineros públicos y seguir ejerciendo irregularmente sus labores, sin que ninguna autoridad los sancione. Ni siquiera el Procurador, tan preocupado por dar a conocer la cifra de niños muertos, es capaz de reportar el número de servidores públicos destituidos y judicializados por hacer desaparecer la plata y por constituirse en sospechosos de homicidio culposo.

Las metas propuestas por el gobierno para lograr altos niveles de cobertura en acueducto y alcantarillado se tendrán que aplazar si continúa este desgreño en el manejo de los recursos financieros, especialmente relacionados con las transferencias del Sistema General de Participaciones y las Regalías. Entre tanto, los niños de Tabor en el Chocó o los de Crespo en Cartagena, se seguirán pareciendo cada vez más a sus similares de Biafra en el África.

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