Estamos tan mal en Colombia, que el garante de la unidad nacional, el
responsable de velar por los derechos y las libertades ciudadanas,
pagará una generosa recompensa a un hombre capaz de traicionar, asesinar
y desconocer los principios fundamentales de nuestra Constitución
Política. Y por otro lado, un sacerdote jesuita, que debería pronunciarse en
defensa de la vida sin considerar de quien es esa vida, y condenar con
vehemencia todo acto de violencia, celebra públicamente el asesinato
de Raúl Reyes.
Es triste que en vez de fortalecernos en la ética y el respeto a la
diferencia y la vida humana en un hastío generalizado de guerra, más
parecemos abocados a seguir bañando con sangre este adolorido país, sólo
que ahora el llamado es a justificar, tolerar y celebrar la muerte
criminal.
Por mm
Pago por matar y traicionar
Tal parece ser el lema del actual gobierno empecinado en acabar con
la poca moral que existe en el país. Ya la política de los informantes
enseñaba lo fácil que es vender y comprar conciencias en Colombia, lo
demás, era cuestión de sentarse y esperar.
En un hecho de extrema gravedad, apareció ante las autoridades alias
“Rojas”, el hombre de confianza de Iván Ríos, el miembro más joven del
secretariado de las FARC, confesando haberlo asesinado junto a su
compañera y como prueba de su crimen y de su ambición, corrió selva afuera
con una bolsa negra que contenía la mano derecha del comandante, que
el mismo cortó, envuelta en un trozo de tela militar, su cédula y
computador para cobrar una recompensa de cinco millones de dólares. Heroísmo
que deberá ser recompensado por el gobierno nacional, porque la
traición y el crimen son bien recompensados por el presidente Uribe.
Es terrible. No sólo porque este hecho revela el debilitamiento de
las FARC lo que con toda seguridad traerá más guerra, sino que expresa
sin ambages el grado de descomposición al interior de sus filas; tan
honda y profunda es su crisis que el hombre de confianza de un comandante,
no cualquier guerrillero, es capaz de asesinarlo y de, al mejor estilo
paramilitar, quitarle una mano, para poder huir del campamento y cobrar
una jugosa recompensa. Y eso es justamente lo más preocupante, porque
de pagarse esta recompensa, que se supone se ofrece por brindar
información que facilite la captura de algún miembro del secretariado o de
algún perseguido por la justicia al que se la haya asignado algún valor
monetario, se le está enviando un peligroso mensaje a la sociedad. En la
medida en que cada ciudadano este dispuesto a convertirse en un
asesino a sangre fría, a contrariar la Constitución colombiana que nos
rige y que no reconoce la pena de muerte, así mismo será el tamaño su
bonificación.
Sin embargo, ahora resulta que bajo el principio de oportunidad,
cualquier figura que sirva para legitimar el crimen será bienvenida, será
posible, dada la blanda convicción revolucionaria de algunos
combatientes de las FARC, y la proclive tendencia al soborno, obtener resultados
positivos al hambriento afán de triunfo del gobierno, porque muchos
ciudadanos asfixiados por la pobreza e intoxicados con la ambición, y
combatientes hastiados de la pobre y restrictiva vida guerrillera, podrán
convertirse en asesinos a sueldo, si no lo son, y a cambio de su
traición y de su valor para asesinar por la espalda, podrán soñar con un
futuro mejor gracias a la generosidad del gobierno, que por criminales les
llenara el bolsillo con algunos billetes verdes.
El gobierno terminará por pagarle a alías “Rojas” su monstruoso
asesinato, a menos que las fuerzas que se oponen se hagan sentir o la
comunidad internacional desapruebe que el Estado castigue o premie el crimen
de acuerdo a sus intereses, de lo contrario, veremos entonces cómo se
legitima el homicidio en Colombia, y a quien tenga el valor de asesinar
a un comandante, el gobierno lo sabrá premiar, porque cierto es y no es
nuevo en este país, el crimen paga bien. Quizás, lo único novedoso
ahora, es que es el gobierno, el que abiertamente empieza a convertir a
sus ciudadanos, alzados en armas o no, en sicarios a sueldo y bajo
cualquier pretexto o el estigma trágico del terrorismo se estimulara la
brutalidad y la represión. De nada servirá que los más elevados juristas
empiecen a argumentar que una cosa es pagar por información y otra muy
distinta por matar, pero como el fin justifica los medios y aquí lo
importante es dejar claro que el gobierno no negocia ni negociara con las
FARC sino que las puede destruir y con su destrucción, con el
aniquilamiento del opuesto se construye la paz; entonces, seremos todos
bienvenidos a la era de la sin razón, la definitiva, la que enseña que las
diferencias se resuelven desapareciendo al contrario y que el más fuerte, el
más sagaz o el que menos escrúpulos exhiba conquistará la victoria
final.
Estamos mal, muy mal, tan mal que quienes deben velar por el
cumplimiento de la ley y pronunciarse en defensa de la vida – porque la vida
es sagrada como nos recuerda el profesor Antanas Mockus-invitan al
crimen y pervierten la esencia humana, y por ello, ahora aparece el
sacerdote jesuita, Alfonso Llano Escobar, celebrando masacres y diciendo que
tenemos derecho a alegrarnos con la muerte de 'Reyes', aunque dicha
muerte, además, no se haya producido en combate sino en una acción criminal
perpetrada por el mismo Estado, por el garante de los derechos y las
libertades, el responsable de hacer cumplir la constitución. Lo dice un
sacerdote, y lo repite y lo celebra; un sacerdote que de nuevo llama a
matar!
“Abrigo sentimientos encontrados de dolor y satisfacción-dice el
jesuita, el vocero de Dios en la tierra, el que repite a sus feligreses los
mandamientos de la Ley de Dios, pero olvida el quinto- Son seres
humanos, hijos de la Patria, hijos de Dios, pero siento tener que alegrarme
porque los dejen tendidos en medio de la selva. Cuando considero todo
el mal que han hecho durante 44 años, no puedo menos de sentir profunda
satisfacción con la justicia…”.
No es nuevo en la historia del país que el clero asuma posiciones
políticas que no le corresponden, que empecinadamente señale campesinos
que se defienden y que alabe la brutalidad de la derecha, pero frente a
tanto desatino de la Iglesia católica escandalosamente evidenciado
recientemente, del nefasto papel que jugaron en los
cincuentas estimulando la violencia y llamando a los conservadores a alzarse en armas, de negar
una misa al asesinado líder de la UP Bernardo Jaramillo Osa por
comunista, y de querer asignar valor a la vida de acuerdo a sus intereses
mezquinos contrariando la esencia misma del cristianismo, se esperaría
que en vez de rasgarse las vestiduras porque una niña de once años
violada por su padrastro opta por el aborto más bien se pronunciara
condenando al victimario e invocando la acción ejemplar de la justicia,
recordando que Jesús siempre despreció a los abusadores de menores, o que
después de haber guardado tanto silencio cómplice durante lustros, incluso
cuando todo un partido político fue exterminado, por fin se manifestara
rechazando con vehemencia las desapariciones forzadas, los miles de
detenidos, torturados, ejecutados por el Estado colombiano, y que en vez
de seguir haciendo gala de su oscurantismo y de una ausencia
total de humanismo, reforzado por los abundantes escándalos sexuales de sus
clérigos, se decidiera por asumir una posición de auto crítica, de reflexión
y que llamará a la nación a deponer los odios y a asumir un claro
compromiso en defensa de la vida.
No es consecuente ni tiene sentido la permanencia de un poder
eclesiástico que desprecia la vida humana y constantemente llama a su
destrucción, al considerar que no todas las vidas, sin excepción, merecen ser
respetadas. No sé entonces como interpretan las enseñanzas o la
palabra de Dios, cuando deciden sobre “su creación” y apoyan el
aniquilamiento de unas expresiones de su obra porque según su criterio los mueven
ideologías tan erradas que se sobreponen al valor de la vida y decretan
entonces, que cada ser humano tendrá derecho a la vida de acuerdo a lo
que piense, a su militancia, a la lucha que asuma como proyecto de
vida, a sus creencias, en un país con libertad de culto, pensamiento y
expresión y cansado de sufrir y ver como se asesina en total impunidad.
El mensaje que se impone es claro: La vida no vale nada, no es
sagrada, es fácilmente destruible y quien así lo haga, esgrimiendo cualquier
pretexto que complazca al régimen o a la corrupta Iglesia Católica de
derecha, será premiado con generosidad, y con toda seguridad, un
rinconcito en el cielo tendrá. Bienvenidos colombianos a la era que legitima
la muerte brutal, el crimen y el dolor ajeno!
Salud y libertad!
Filibusteros distro.
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